TEXTOS SOBRE JOE MADRID
LA ÚLTIMA PRESENTACIÓN DE JOE MADRID
Crónica de Saúl Suárez Sanabria
El 11 de noviembre de 2.005, fue la fecha marcada para la última
presentación musical de Joe Madrid. Ese día llegué al apartamento de Joe, el 203 de la calle 16 entre carreras 4ª y 5ª, cerca
del Parque de los Periodistas, en el centro de Bogotá. Yo tenía llaves del sitio por la deficiencia pulmonar de él, a veces
se le complicaba tanto que, levantarse de la cama y desplazarse hasta la puerta incluso teniendo conectado el oxígeno, era
una odisea. Lucía cansado y me dijo que no había podido dormir nada; tuvo que sentarse en la cama para recobrar el aliento
porque estaba en la etapa de la enfermedad donde hay agitación sin movimiento alguno. Miré el reloj, eran las 11:30 de la
mañana y todavía no estaba vestido.“Menos mal que ya se bañó”
pensé, “así podemos salir relativamente rápido y empezar a tiempo en el restaurante”.
El lugar en mención era el Café Gaitán, situado también en el centro de Bogotá,
en la cra 9ª con calle 23, donde ambientábamos el almuerzo los martes y jueves.
Yo solía ir
a recogerlo y prestarle ayuda para vestirse, estar pendiente de los inhaladores y
otros pequeños detalles. Ese día tuve que secar su cabello, peinarlo, abotonarle la camisa, todo muy lentamente porque el
ahogo lo inmovilizaba casi por completo. La postura del pantalón fue en 3 tiempos: despacio, más despacio y parada. Al quedar de nuevo sentado levantó la cabeza, exhaló muy lentamente, me miró y dijo “que
jodienda cuadro, ya no estoy reteniendo casi nada de aire”, apoyó los brazos en la cama, dirigió la vista al piso y se alistó para el siguiente reto: las medias y zapatos.
No podía imaginar
lo que él sentía, se debatía entre ahogos, batallando por obtener un momento de sosiego; cuando lo lograba, comentaba que
respirar con tranquilidad… era novedad. Lo cotidiano se había convertido
en dificultad: tomar una ducha, vestirse, caminar, comer, entrar al baño.
Al fin terminó
de arreglarse pero pidió tiempo para recobrar el aliento. Durante esos minutos yo miraba detenidamente el apartamento: en
una esquina había gran cantidad de libros, de ciencia ficción, de época, de aventuras, de misterio, tenía los clásicos, muchos
de ellos en inglés; todos ya los había leído. La cantidad de información almacenada en su cabeza, era considerable: Historia,
ciencia, política, economía, literatura; siempre logró ser el centro de atracción en las conversaciones que sostuvo con infinidad
de personas. Le encantaban las buenas polémicas y las mantenía exponiendo todas las razones análisis y raciocinios que convencieran
al interlocutor que él tenía la razón.
Mirando a otro
lado de la habitación estaban la TV y el VHS. “Prende el televisor para ver si ya se murió Fidel o si cogieron a Bin Laden”,
decía Joe. Acostumbraba a mirar la mayoría de noticieros, muchas películas y los Simpson.
En el centro
de la habitación se hallaba la cama, al lado derecho de esta, la mesa de noche, que por lo general estaba atiborrada de cosas:
platos, pocillos, panes, a veces frutas, de pronto libros, el cortauñas, la billetera, las gafas, los inhaladores que debía
usar, salbutamol, bromuro de ipratropio, beclometasona, pastillas de teofilina, amitriptilina y cantidad de analgésicos. Solo
él tenía acceso a esa mesa. Al lado izquierdo el concentrador de oxígeno, que
era la máquina que le ayudaba a respirar y 10 metros de cable de conexión que terminaban en su nariz. El piso alfombrado
para que pudiera caminar descalzo, las paredes de color azul claro, el techo blanco, las puertas grises, haciendo juego con la alfombra, baño dentro de la habitación y closet de puertas corredizas que se deslizaban
suavemente. Todos estos detalles le eran indiferentes al Maestro. Muchas cosas desde hacía años, no le importaban.
Divagaba en
mis pensamientos cuando dijo “Saúl ve a buscar el taxi, anda y nos vemos abajo”. Salí hasta la
cra 5ª a conseguir el carro; paré al primero que venía, me subí y le advertí al conductor que debía recoger a otra persona
a la mitad de la cuadra en la calle 16. Por suerte Joe estaba en la entrada del edificio. “Es ahí donde está
el señor de cabello blanco”, dije. Ahora venía otro desafío: el taxi; abrir la puerta, acomodarse en el asiento
y luego sugerirle al conductor que manejara despacio, porque él estaba enfermo; acto seguido, bajar todos los vidrios para que recibiera suficiente aire. Así comenzaba un recorrido que aunque era corto, le resultaba
tortuoso.
La llegada
fue muy agitada, pasos muy lentos, andar cancino; siempre lo esperaban en la entrada para ayudarlo. Decidió ir de una vez
al piano porque habíamos llegado tarde. Puso los inhaladores sobre el teclado, usó un par de ellos y procedió a pedir una cerveza. Mientras tanto, yo afiné el bajo, alisté los “papeles de música”,
como él les decía a las partituras y me dispuse a esperar sus indicaciones. De
pronto dijo:“bueno….vamos ahí….. How high´s the moon”… empezamos a tocar y cuando vino la improvisación, lo vi ahogado; me hizo señas para
que yo realizara el solo y así, pudo aplicarse uno de los inhaladores, apuró un sorbo de cerveza, retomó la canción ya con
tranquilidad, reguló la respiración y acabó bien. Siguió “Triste”,
el bossa nova de Jobim; yo empecé con una introducción larga de bajo, él, con una nueva dosis
de inhalador y otro sorbo de cerveza, luego hizo
la melodía, improvisó, vino el solo de bajo, el de batería, de nuevo el tema y el final
de la canción.
Más o menos
así se desarrolló el resto del toque, entre ahogos, inhaladores, cerveza y descansos. Lo cierto es que en medio de los agites,
su interpretación era impecable; parecía que la música, lo revitalizaba, proporcionándole una energía creadora que nos recordaba
a todos, por qué él era el maestro. Siempre que tocaba, cada acorde que daba,
sonaba con tal propiedad que terminaba inspirando confianza a los que lo acompañaban, tanto así que algunos músicos le decían:
“El que no improvise contigo Joe, es porque no quiere.” Actitudes como esas señalarían el derrotero
que llevó al Maestro a compartir su conocimiento con asesorías, clases, transcripciones, arreglos, haciendo grande la contribución
de Joe Madrid al aprendizaje de otros y al desarrollo de la música de jazz en
Colombia.
En el Café
Gaitán tocó el último acorde de su carrera musical. La verdad es que no existía sospecha alguna que ese sería el colofón de una extensa trayectoria artística.
El maestro
terminó la actuación esa tarde y su cabeza estaba con la siguiente presentación, que se realizaría esa misma noche en el restaurante
La Frontera, ubicado en el centro de la ciudad, barrio
La Macarena.
Acompañé a
Joe a tomar un taxi que lo llevara al apartamento; no pude ir con él, porque tenía que trastear el equipo musical de un restaurante
al otro. Imagino que llegó y como solía llevar el almuerzo del Café a la casa
para digerirlo muy despacio en su habitación; lo dejaría en la cocina, luego
se debió quitar la bufanda, el saco, conectar el oxígeno e ir a la cama, para
iniciar la recuperación del esfuerzo de la mañana. Procedería a prender la T.V.
paseando por los canales en busca de algo entretenido, eso si evitando películas de acción o persecución porque decía que
terminaban agitándolo. Todo esto, mientras recobraba fuerzas que le permitieran moverse hasta la cocina, traer el almuerzo
a la cama, comer algunos bocados y después dedicarse a reposar. Yo mientras tanto dejé el trasteo en La Macarena y fui para mi casa, situada
muy cerca a la del maestro, para esperar hasta las 8:00 de la noche y luego ir a recogerlo en su apartamento, como en efecto
sucedió. Llegué a la hora convenida, abrí la puerta y me dispuse a enfrentar la misma faena de la mañana. Penetré en la habitación,
pregunté si estaba listo, pero no respondió nada, solo me hizo una seña con una mano mientras usaba la otra para aplicarse
uno de los inhaladores; el ahogo era evidente, los movimientos ahora sí que estaban en cámara lenta, podía mantenerse en pie,
pero no dar mas de 3 pasos sin sentirse asfixiado, el desplazamiento de la habitación hasta la silla de la sala lo sentí eterno,
además tuve que sostener a Joe para ayudarlo a caminar y guiarlo hasta el asiento. El bombillo de la sala estaba fundido,
por lo que trasladé el de la cocina para que pudiera ver el nombre del inhalador que había usado y así no repitiera droga,
evitando sobremedicarse. De pronto pudo hablar y dijo que se sentía como intoxicado, ¿Quiere que le traiga una sal
de frutas y una soda? fue lo único que atiné a decirle; me miró, asintió
con la cabeza y entonces salí corriendo a buscar lo que le había ofrecido. Volví, busqué un vaso, serví la soda, arrojé las
pastillas, esperé a que se diluyeran y se lo alcancé. Despachó el contenido como en 3 sorbos y nos dispusimos a esperar la
mejoría, que esa noche… no llegó. A las 8:45 decidí hacer 2 llamadas: una al hermano de Joe para que viniera en su auxilio
porque estaba entrando en crisis y la otra, al restaurante de la Macarena para avisarles que no habría presentación.
Cristóbal,
el hermano, llegó como a las 9:15 y se percató de lo complicado de la situación. Mover a Joe de la silla hasta el ascensor,
fue caótico; no se sabía en que momento podía desvanecerse, perder el conocimiento y entrar en shock. Lo más complicado, era
que no podíamos desconectarlo de la máquina del oxígeno, porque esta le regulaba la respiración. El problema radicaba en que funcionaba con electricidad
y se tenía que desconectar para la movilidad fuera de casa. Nos repartimos con
Cristóbal las labores: él con Joe por el ascensor hasta el primer piso y yo con la maquina del oxígeno, por las escaleras,
para encontrarnos en la recepción. Una vez allí, buscar la toma de la luz, prender
el aparato, pasarle la conexión a la nariz y volverlo a la vida. Lo que pasó de ahí en adelante fue el acto heroico del Maestro,
al desconectarse de la máquina, subirse al carro de Cristóbal y dirigirse a la clínica; allí ingresó desde esa noche….
y nunca más volvió a tocar el piano.
Correctores de estilo: Sonia García y Felipe Castro
Joey Madrid’s Final Performance (english text by Stewart
Díaz)
Joey Madrid’s last musical performance took place on November 11, 2005.
I arrived late that day to Joey’s apartment (apt. 203), situated on 16th (between
4th and 5th), in Bogota’s downtown
district. I had my own set of spare keys, due to Joey’s pulmonary deficiency. Sometimes, the severity of his condition
was quite evident. The simple act of getting up from his bed to answer the door, whilst still connected to his oxygen tank,
for example, became a daily odyssey.
He looked really tired, explaining that he couldn’t sleep much. I remember he had to sit down on his bed momentarily
to catch his breath. He had reached the stage where agitation, without the slightest movement, was possible. I looked at my
watch- it said 11:30 a.m., and he still wasn’t dressed. “At least he’s already showered”, I thought,
“that way we can leave relatively soon, and actually begin on-time in the restaurant.”
The place I’m alluding to is called Café Gaitan, situated in downtown
Bogotá as well- on 9th and 23rd- where we’d liven up the lunch atmosphere on Tuesdays and Wednesdays.
I used to pick him up, help him get dressed, and generally keep after his inhaler replacements, and other small health-related
tasks. That day, I had to dry and comb his hair, and then button up his shirt very slowly, cause his shortness of breath had
basically immobilized him. Getting his trousers on was a three-step
process now: slow, slower, and slow-motion, til he could stand in place. When he finally sat down again, he exhaled very slowly
and said, “que jodienda cuadro, ya no estoy reteniendo casi nada de aire” (more or less, along the lines of: “wow
man, what a struggle, I’m hardly retaining any air.”) He placed his hands firmly on the bed, looked down at the
floor, and got ready for his next mission: socks and shoes.
I couldn’t get myself to imagine what he was going through; he seemed to maintain himself along the pendulum
of choking, and the on-going battle of momentary reprieve. When he succeeded, he’d sporadically comment, relaying the
fact that breathing had actually become a novelty now. What seemed like an every day task had actually become a complex realm,
or dreadful reality: take a shower,
dress himself, eat, go to the bathroom, etc.
He finally finished getting himself ready, asking temporarily for a small break, to recover his breathing pattern.
Throughout those following minutes, my eyes detainedly scanned his apartment: in one corner, there was a huge compilation
of books, mostly science-fiction, representing different time periods, adventures, mystery; he had all the classics, many
of them in English-- and he’d read them all. The quantity of accumulated information stored away in his brain was considerably
evident, I thought to myself, and this only represents what my eyes managed to gather- there were also the previous conversations,
that spanned a multi-faceted array of topics: history, science, politics, economics, and literature, among other subjects.
He always managed to be the center of attention in any of the numerous conversations he maintained, with colleagues and friends.
He had a soft spot for good polemics, and would oftentimes expose his analytical reasoning, along with cleverly conceived
analogies, that would almost always convince the other.
Looking towards
the other side of the room, there was the T.V. and the VHS. “Prende el televisor para ver si ya se murió Fidel
o si cogieron a Bin Laden,” said Joey. (“Put on the TV to see
if Fidel died yet, or if they’ve captured Bin Laden.”) He frequently watched the news, lots of movies, and the
Simpson’s. Towards the center of the room, stood his bed, and to the right of that, his night table, which was usually
overflowing with an odd variety of things: plates, cups, pieces of bread, sometimes fruits, books, his nail clipper, wallet,
glasses, the inhalers he was supposed to use; and a long list of prescribed drugs in Spanish- salbutomol, bromuro de ipratropio,
beclometasona, pastillas de teofilina, amitriptilina- with a good quantity of analgesics as well. Only he had access to that
table. To the left, the oxygen generator, which helped him breathe properly, and about 10 m. (30 ft.) of
an extended cable network that ended at the tip of his nose. The floor was draped in rug so that he could walk barefooted,
the walls were light blue, with white ceiling and grey doors, matching the color of the rug; and the bathroom, which was located
inside his room, had plexi-glass sliding doors, which didn’t seem to pose a problem sliding at all… All of these
details didn’t matter to the “Maestro.”
Several years ago, he stopped caring. He seemed to drift in my thoughts when he said, “Saul ve a buscar el taxi,
anda y nos vemos abajo.” (“Saul go find the taxi. Go, and I’ll meet you downstairs.”)
I made my way downstairs and out onto 5th, looking for a cab. Luckily, I spotted the first one almost immediately,
stopped it and hopped on, then told the driver that he’d be picking up another passenger about mid-way down the street,
“on 16th.” Fortunately, Joey was standing at the entrance, so no worries. “Es alli donde esta
el señor de cabello blanco” (“There, where you see the man standing, with grey hair.”) However, there was
yet another struggle on-hold, I almost forgot about: the taxi- open the door, get him into the back seat comfortably, then
ask the driver to drive slow, and finally, roll down all the windows so that he’d receive sufficient air-flow. This
is how our little sojourn always began- although usually short, distance-wise- very complicated because of the aforementioned.
Our arrival had simply become a major project recently; slower steps and shortness of breath were just the minor issues.
Now, they always waited for us at the door to help out. That day, he decided to go straight to the piano, apparently because
our delayed arrival. He placed his inhalers on the high-keys, took in his dose, and then ordered a beer. Meanwhile, I tuned
my bass, and gathered our “musical papers”, as he’d oftentimes call them, and waited for further instruction.
All of a sudden, he said: “bueno… vamos ahi… How High’s the Moon…” (good… lets get
started… How High’s the Moon…”) We started playing, however, shortly into the piece- when we began
improvising- I noticed he was suffocating. At that moment, he signaled me so that I’d begin the solo, and this allowed
him to reach for another one of his inhalers, swallow some beer, and finish, seemingly with ease.
“Triste”, a bossa nova piece by Jobim- I began with a long intro, as he simultaneously took in another
dose, and another drink; then he worked-in the melody, improvised a few notes, as both our solos followed (bass and drum),
to the end of the song. This is how we, more or less, developed the rest of repertoire that night; between gasps, inhalers,
beer and set breaks. The truth is, despite the loss of breathe, his interpretive instincts were impeccable. It was almost
as if the music itself revitalized him when he needed it most, granting him the creative powers we all remember- because he
was, after all, the “Maestro.”
When
he played, each of his harmonies was delivered with such authority that he’d end up inspiring anyone who accompanied
him; some musicians would say, “El que no improvise contigo Joe, es porque no quiere.” (“Whoever doesn’t
improvise with you, Joey, doesn’t really want to.”) It was this kind of attitude that brought the Maestro to share
his knowledge base with advisees, classes, transcriptions, harmony fixtures, all of which made Joey Madrid’s contribution
a requisite, on-demand by young aspiring jazz musicians in Colombia.
Joey’s last performance
took place at the Café Gaitan. The truth is, there was really no suspicion that this small performance would represent the
‘grand finale’, in his long artistic career. In fact, upon wrapping
things up that afternoon, his mind was already set on that night’s upcoming performance at La Frontera, another downtown venue, situated
in the Macarena district. I accompanied him that day to grab a taxi that would take him to his place; I couldn’t accompany
him any further, because I had to transport everything to the other restaurant. I imagine he arrived that day, as usual, with
the lunch they always packed-up for him at the restaurant, so that he could digest his food slowly at his bed, as he always
preferred. He probably switched on his TV set, flipping through the channels for something entertaining, avoiding all action
movies and/or violence, because this agitated him-- all of this, as he regained enough strength to go the kitchen, put his
lunch onto a plate, bring it back to his bed, chew on a few bites, and then dedicate himself to reposing.
Meanwhile, I left everything
at La Frontera, and went back to my place (which is close
to Joey’s), to wait til 8pm so that I could then pick him up. I arrived at the convened hour, opened the door and prepared
myself to carry out the same duties.
As I penetrated the room,
I asked if he was ready, but there was no response, only a faint hand-signal, as he used the other to exude another breath
from his inhaler- his movements were now carried out in slow-mo. Apparently, he could stand, but his movement was limited
to no more than 3 steps; more than this, made him feel asphyxiated. In addition to that, I had to hold him up so that he could
walk, as I guided him to the closest chair. The light bulb in the living room had burned out. Eventually he managed to talk
and said that he felt intoxicated. “Quiere que le traiga una sal de frutas y una soda? (“Want me to bring you an Alka Seltzer and some tonic water?, was the only thing I could think of saying.) He looked at me and nodded, so I hurried off to go find these things.
I came back, looked for
a glass, served the soda, opened the small packet and waited til the tablets were diluted, then I handed him the remedy. He
swallowed it down in three gulps, and we waited to see if he felt any better... that night, however, he never turned around.
At 8:45pm I decided to make two phone calls: one to Joey’s brother so that he would hurry over, since Joey was now entering
a state of crisis, and the other to the restaurant, to let them know that there would be no performance that evening.
Cristobal (his brother),
arrived at 9:15 that night and felt flustered because of the severity of the situation. Transporting Joey’s chair to
the elevator was chaotic; there was no telling when he’d disappear, lose consciousness, and fall into a state of shock.
The most complicated matter was the fact that we had to disconnect the oxygen, because this obviously regulated his breathing.
Since the machine was electrically operated, we had to unplug it temporarily. Cristobal and I divided up the tasks; he would
take Joey, and I would carry the oxygen tank to the first floor. Once we got there, we’d find the closet outlet, turn
the machine back on and re-connect his breathing tube.
Thereafter, what happened
was purely a heroic act on the Maestro’s behalf; disconnecting himself again, getting into Cristobal’s car, and
sustaining himself til he arrived at the clinic… He was admitted later on that night, and never played the piano again.
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